Hablaré del lavado de
cerebro, su proceso paso a paso, Las contradoctrinas en la
secta, la dinámica de las reuniones (cultos) y otras actividades, su
trasfondo político y colonialista con el apoyo de instituciones
extranjeras... Este será el más extenso capítulo. Lo haré siempre
desde mi perspectiva: cómo entré, cómo vi las cosas que en ellas ocurrían
y cómo salí. Pienso que quizás alguien, una sola
persona sería suficiente, se pueda identificar y discernir el peligro que
representan, y con ayuda de Dios, salir de ellas sin dejar de confiar en
el Amor, sin perder la fe y la esperanza. Las sectas son tan peligrosas
que pueden acabar cumpliendo su objetivo final: apartar a la humanidad de
Dios. Para aquellos que nunca se han visto involucrados en estos temas les
ruego su paciencia en la lectura de estas palabras, que pueden sonar
pesadas y torpes, llenas de fantasías y sinrazones. Para mí fueron una
vivencia muy significativa, y mi objetivo es evitar que otros se vean
inmersos en esta locura.
Cuando me aproximé a las sectas no tenía muchos
conocimientos religiosos. Conocía los sacramentos y los había practicado
habitualmente de pequeño. Hablo de la penitencia y la comunión. Con mi
padre, hombre muy devoto, siempre íbamos a misa y éramos instruidos en la
integridad y honestidad. El entorno del cual provenía me había iniciado en
la lectura de las Escrituras, fomentada por mi madre, y tenía a causa de
esto lo que suelen llamar en psicología un complejo mesiánico. Me
sentía un salvador y un elegido de Dios, y he de confesar que hoy a la
fecha me sigo sintiendo de esa forma, pero con otros matices. Por esa
razón escribo estas líneas, que aunque puedan desacreditarme como hombre
pensante, servirán para ayudar a aquellos que hayan vivido en un estado de
locura tan terrible como el mío. Pues aquel que ha sido captado por una
secta, desgraciadamente, no es una persona cuerda, con la excepción de sus
dirigentes, que son hombres muy cuerdos en su maldad.
Recuerdo que recién salido del mundo de los
alucinógenos, después de haber perdido la cordura temporalmente, y mi
coche, y estando como recién salido de un lavado salvífico, mi madre
comenzó a llevarme a la congregación de Gabriel Sánchez (se llamaba
Filadelfia). Este hombre era un pastor que tenía una iglesia de
gente muy pobre en un barrio muy humilde por el norte de México DF, cerca
de la Basílica de la Virgen de Guadalupe, en la Calzada de los Misterios.
Estos pastores provienen de las congregaciones metodistas o bautistas, y
la mayoría de ellos se han apartado de las iglesias evangélicas
tradicionales. Sus feligreses proceden mayormente de la Iglesia Católica.
En este lugar la gente cantaba mucho, después celebraba una sesión de
curación y de profecía, para concluir con una hora de predicación del
pastor Sánchez, o en su defecto de los pastores invitados, que en varias
ocasiones venían del norte, de los Estados Unidos. La gente de este lugar
era muy diferente al ambiente de amigos de El Pedregal con los que me
solía tratar. En este lugar no había jóvenes con coches, ni chicas guapas,
ni discotecas, ni viajes a Acapulco, ni toda la juerga a la que estaba
acostumbrado, pero no echaba en falta la otra forma de vivir al salir de
Oaxaca y empezar mi nueva vida. Quería conocer a Dios y ver a aquel con
quien me había encontrado en el camino. Sentía una gran sed y me inundaba
la expectación de un mundo nuevo que me había estado perdiendo toda
mi vida, y que había visto solo en sueños y señales. Un mundo lleno de fe
y de confianza en Dios. Un mundo que llevaba en mi interior con una
vocación marcada por la confianza plena en Dios y llena de esperanza.
Atrás habían quedado mis fiestas y desenfrenos, mis amigos y popularidad.
Estaba adentrándome con una actitud nueva en un mundo nuevo. Recuerdo que
regalé a esta congregación todos mis preciados aviones de radio control,
mi cámara Super 8 y mi proyector. Les di todos mis tesoros, pues pensaba
había encontrado una fraternidad que había vivido lo mismo que yo y que
sentía igual que yo. Pensé que todos habían padecido mi locura, mi
encuentro con el Hacedor y su mano poderosa. Pensaba que todos eran
conscientes, como era yo, de vivir delante de la presencia del Señor día y
noche. Recuerdo que oía las predicaciones: la llamada de Samuel el
profeta, el endemoniado gadareno, la samaritana... y la forma estupenda en
que las relataba este orador. Las lecturas y predicaciones de la Escritura
me conmovían profundamente, al ver en todas ellas a Jesús, vivo y
presente, cómo estuvo en mis momentos difíciles y de más aflicción; en mis
grandes temores confortándome con dulces palabras y a veces reveladores
sueños. He de recordar que la intensidad de las experiencias, bajo la
influencia de alucinógenos, se potenciaba sobremanera, o sea, que en la
locura se sufre o se goza profundamente. Es como vivir una horrible guerra
interna, y aún en esa guerra horrible, como la que sufrió el endemoniado
gadareno, estaba el Señor Salvador lleno de amor.
Recuerdo que lloré mucho al oír las predicaciones y que
cuando les oía cantar ese canto nuevo, llamado por ellos hablar en
lenguas, o adorar en el espíritu, sentía grande confort, muy
abrigado por los hermanos que oraban a mi lado haciendo ruidos muy
extraños y armónicos a su vez, llenos de palabras sin sentido, pero que
hacían bien a mi alma desgarrada. Ponían tranquilidad y ungían con aceite
aquellas zonas de mi alma que habían quedado expuestas al gran dolor. Si
pudiera describir mi alma en esas épocas diría que era como si hubiese
salido de un incendio en el que me había quemado, y donde la
hipersensibilidad de mi piel, al tacto (las emociones y sensaciones) fuese
extrema y en ocasiones muy dolorosa. Los cantos en esos gemidos y lenguas
misteriosas, con este tono uniforme, me fueron de gran ayuda. También las
sesiones de imposición de manos, donde todos nos tocábamos las cabezas
unos a otros, impartiéndonos sanidad y salud, proclamando sobre otros la
salvación con nuestras bocas. Eran unas terapias de grupo muy curiosas, y
creo que eran benéficas.
Nos era brindada la ocasión de hablar frente a la
congregación para exponer nuestro testimonio. El testimonio, como
ellos lo llamaban, consistía en un relatar tus experiencias. Era una
confesión pública de los pecados, y también era un público comentar cómo
habías descubierto al Señor, confiado en Él y cómo había surgido el
mecanismo de gran necesidad que te había impulsado a ello. Era relatar
aquellas experiencias que habían sido tan significativas en tu vida en
esos momentos de gran necesidad, y también era un confesar el pecado, e
instruir en cierta forma a otros. ¡Cuán fácil era ser engañado por las
diversas situaciones para caer en esos males!. Es una mecánica similar a
la de los grupos de Alcohólicos Anónimos cuando testimonian. Mi
testimonio, que en varias ocasiones conté, era un relato de cómo había
empezado una vida de derroche y dilapidación: el caer en las drogas y en
las grandes borracheras, el burlarme de los pobres e indefensos mientras
arrogantemente conducía mi vida a la perdición. Relataba mis desenfrenos y
me avergonzaba de haber mancillado mi carne con la fornicación. También
todas aquellas cosas que pesaban en mi alma, desde aquel hombre al que
atropellé en el coche siendo un adolescente hasta al que en una ocasión
golpeé en una discoteca. Me sentía como un criminal de guerra, pero a la
vez comentaba entre los hermanos que el Señor perdonaba nuestros pecados y
que incluso nos amaba grandemente. A pesar de nuestras malas obras el
Señor nos perdonaba, y nos llenaba con sus dones y amor. Era la gran
misericordia del Señor la que conmovía al arrepentimiento. Era como aquel
José, que mostró su amor a sus hermanos después de haberle vendido como
esclavo. Era ese José que teniendo en su mano el poder ejercer venganza,
como segundo en el reino de Faraón, era privado por el amor que le
consumía. Era Jesús, ese hombre tan especial, presente en todos los
tiempos y situaciones que nos llamaba al arrepentimiento, enseñándonos
nuestro pecado y simultáneamente su gran misericordia. Era el amor.
Significaba una buena catarsis el hablar de todo esto,
pero a pesar de ella las cosas no marchaban tan bien como quisiera. Seguía
teniendo un temperamento sumamente excitable en algunas ocasiones, aunque
una nueva conciencia de que era amado había despertado en mi. Encontré un
grupo de personas con quien podía hablar del amor de Dios y regocijarme en
él. Fueron días hermosos, lo recuerdo como si fuese hoy, y pido a Dios no
permita que ese espíritu de gratitud se aleje de mí nunca.
Recuerdo que, sintiéndome yo tan amado por el Señor y
leyendo su Palabra, veía hermosas promesas en la Escritura. El Señor
decía: "cosas mayores que las que yo hago haréis aquellos que creáis en
mí", y yo me apropiaba de esas promesas. Era un mundo nuevo el estado
emocional en el que me encontraba. Sentía que era como un embajador del
Señor. Alguien que conocía su misericordia y que le había visto amarme y
curarme. Me compelían aquellas palabras que había oído en una predicación,
cuando Jesús habló al endemoniado de Gadara. Después que éste le pidiera
quedarse en compañía del Señor, le dijo: "Ve a los tuyos y cuenta las
maravillas que el Señor ha hecho contigo". Y para colmo, las diferentes
visiones que sufría, consecuencia postrera de mi incursión en esos mundos
desconocidos, o quizás, por qué no, de la gracia de Dios, me confirmaban y
corroboraban que tenía una misión en la vida: dar testimonio de Jesús, su
resurrección y presencia entre nosotros, su gran amor; y como prueba
fehaciente, el perdón y restauración de lo que había sido mi destrozada
vida como un adolescente inmerso en un mundo lleno de temores paranoicos
inducidos por sustancias psicotrópicas. Y así fue. En efecto, un día
compelido por una fuerza inenarrable me dispuse, lleno también temor, a ir
a mi antigua escuela preparatoria, (secundaria, lo llaman en España). Iba
a encontrarme con mis amigos, pero no ya como El Pastas, sino
alguien que les diría cómo el camino que había tomado era malo, que mi
incursión en el mundo de los alucinógenos me había llevado a la
destrucción y, a su vez, a dar testimonio de aquel amor salvífico que
había conocido y que me había lavado de mis pecados: Jesús.
Recuerdo que toqué a la puerta del Boston American
School de El Pedregal, y pedí hablar con el director (era nuevo, pues
en la escuela cambiaban de director cada año) y le dije: "Sr. Director,
soy Eduardo Alvear, antiguo alumno de esta escuela. Estoy aquí porque
quiero hablar a mis antiguos compañeros de lo que me ha acontecido en un
viaje de desenfreno que inicié aquí en esta escuela, y el lugar a donde me
ha llevado. Quiero dar testimonio también de que El Señor Jesús se ha
ocupado de enderezar mis sendas y mostrarme el arrepentimiento apiadándose
de mí. Es muy importante que acometa esta obra que Dios ha puesto delante
de mí" (quizás estas no sean las palabras exactas, pero representan el
espíritu de mi conversación). Después de esto le invité a arrodillarse
conmigo y a hacer una oración a Dios, a lo cual accedió. Al finalizar me
dijo: "Has venido en un buen momento, adelante, haz lo que tengas que
hacer". Y me acompaño a cada clase. El momento difícil había pasado, ahora
sólo tendría que ir y hablar. Fui a 2 o 3 clases: 1º, 2º y 3º y
hablé. Ofrecí mi testimonio y les invité a orar arrodillados conmigo un
Padre Nuestro. Fue algo sorprendente, pues casi todos se arrodillaban
y acababan orando conmigo. Al final, después de estas "conferencias",
salieron todos al patio conmigo y hablaron. Recuerdo que había un grupo de
unos 20 o 30 compañeros a lado mío preguntándome cosas e interesándose por
lo que había acontecido. Uno de los profesores me invitó a hablar con
otros jóvenes en otras escuelas. Fue una mañana llena de intensidad, que
al fin y al cabo había resultado ser menos difícil de lo que me esperaba.
Habían aceptado oírme de buena gana. Como el endemoniado gadareno, cumplí
la misión, decir a los míos lo que el Señor había hecho conmigo. Al salir
me dirigí a casa de los Bárcena, que vivían enfrente de la escuela. Eran
muy buenos amigos. Quería, dado el éxito obtenido, hablar con los de mi
generación (pues se habían graduado ya) y darles la buena nueva. Ellos no
estaban, pero sí estaba su madre, una señora muy cordial. Recuerdo me dijo
que el Señor tenía grande misión preparada para mí. Aún guardo esas
palabras en mi corazón.
Levantaos y andad, pues no es este lugar de reposo. Esta contaminado y
corrompido grandemente.
Las cosas curiosas empezaron a suceder. Después del
cumplimiento de ésta misión, que representó una especie de iniciación, me
sentía con un algo muy especial. Tenía la confianza que en los
momentos de mayor necesidad me había faltado. El Espíritu, como había
prometido Jesús, pondría en mi boca las palabras y el coraje suficiente
para desempeñar la misión que me había sido encomendada. Recuerdo haber
empezado a estudiar teología en el seminario de Gabriel Sánchez y haber
tenido la oportunidad de convivir levemente los chicos y algunas chicas
que iban a la iglesia. Había algo curioso en algunos de ellos, más sin
embargo no sabía qué. El seminario era lo que se suele llamar en España,
una chapuza, pues no era una institución de enseñanza en forma. Éramos
cuatro personas de todas las edades en una clase. Uno de los temas era la
demoniología.
Solía ir un par de días por semana. Cruzaba todo el D.F.,
de sur a norte. Dado que mi coche había quedado varado en Oaxaca, usaba el
autobús y el metro. Una vez me quedé sin dinero, pues me había vuelto
exageradamente desprendido, a causa de la confianza plena en esas palabras
de Jesús: "Hombres de poca fe, confiad en Dios. ¡No valéis vosotros acaso
mucho más que los pajarillos del campo, que ni siembran ni siegan ni
recogen y que, sin embargo, tienen todos los días de su existencia de
comer! No os afanéis ni os ansiéis por el día de mañana, qué comeréis o
qué beberéis, pues vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de
todas estas cosas". En fin, dado que según mi parecer estaba haciendo la
voluntad de Dios, y habiendo comprobado cómo el Señor me había traído sano
y salvo de Oaxaca a México por medio de unos buenos samaritanos, sentía
que no me hacía falta nada, pues le tenía a Él.
Empecé a andar hasta que llegué al periférico (una
especie de M 30 en Madrid), que estaba a uno cuantos metros de nuestra
casa en San Jerónimo. Ahí simplemente pedí un ride, o sea, que un
conductor parase y me llevase a mi destino, la iglesia de Gabriel Sánchez.
Recuerdo uno de esos días en la clase, una habitación pequeña, un lugar
pobre y sombrío, estando solo con la Biblia y mis pensamientos, sentí como
mi corazón se turbaba mucho: algo me estaba inquietando. No sabía cómo
hablar con Dios y pedirle que me diese su consejo para que me dijese qué
ocurría. Sentía a Dios muy cerca de mí, como un gran amigo que estaba a mi
lado, que confiaba en mí y me amaba. Sabía algo curioso sucedía en ese
seminario y en esa iglesia, necesitaba que Dios me hablase. No se me
ocurrió otra cosa más que hacer una oración y pedir a Dios me iluminase
con su Palabra. Lo que hice fue pedir a Dios que cuando abriese la Biblia,
lo cual haría con los ojos cerrados, y sin usar mis dedos, fuese Él quien
lo hiciese por la parte señalada. Yo procedería a poner mi dedo, con los
ojos cerrados sobre aquel lugar que Él me inspirase. Fue como un ritual,
que podría considerarse mágico, o quizás lleno de superstición por mi
incultura, como era yo en las cosas del Señor, pero lleno de esperanza
indudablemente en ese Dios tan presente y poderoso que estaba empezando a
conocer. Tomé la Biblia en mis manos y la dejé que se abriese por donde
fuese, mientras suavemente abría sus tapas. La puse sobre el pupitre, y
con mi mano señalé un lugar en ella, abrí los ojos y leí: "Levantaos y
andad pues no es este lugar de reposo, pues está contaminado y corrompido
grandemente" Era el Libro del profeta Miqueas, el capítulo 2, el versículo
10 de la traducción Reina Valera. Me quedé congelado. Volví a leer,
e inmediatamente metí la Biblia en el portafolio y salí de allí, como si
ese lugar fuese Sodoma y Gomorra esperando a su destrucción. Aun recuerdo
la turbación de mi espíritu y cómo en el autobús de vuelta a casa leí el
contexto. Mi alma se empezó a llenar de una sensación antes desconocida en
intensidad: la indignación, pero, no sólo era la indignación, era la ira,
pero una ira diferente, un celo que conmovía el alma entera y me cegaba
por completo. Era una sensación como la de aquel sueño que tuve cuando
discutí encolerizadamente con ese pastor de aquel edificio sin imágenes de
culto. Era una ira que, a diferencia de las otras, no tenía impotencia,
pues se llenaba de la fuerza de Dios y de amor a la Santidad; era, quizás,
como dijo el salmista, "El celo por tu casa me consume", cuando Jesús
hecho a los mercaderes del templo.
Llegué a casa y conté la experiencia a mi madre. Le
dije que ese lugar estaba corrompido y contaminado grandemente, que
saliese de ahí y que huyese, pues Dios estaba lleno de cólera e iba a
descargar su juicio. Recuerdo a mi madre, con su dulce mirada, decirme que
no pasaba nada, e incluso hacerme dudar por un instante. Yo no volví a ese
lugar, ella sí. Recuerdo también el día del grande dolor de mi madre, unos
meses después. Le había entregado a este pastor un antiguo aderezo de
esmeraldas, finísimo (eran tres esmeraldas rodeadas de brillantes de 1
kilate cada uno, y cada esmeralda como de una pulgada, y muy verdes), que
le había regalado la abuelita. Se lo dio con el fin de que este fuese a
"dar la buena nueva" a sus hermanos de California. A la semana siguiente
se presentó con un impresionante coche. Ella, abatida y desolada a los
pies de su armario, en su habitación, sostenía una hoja de papel en su
mano. Su mirada estaba perdida y llena de dolor. Inmovilizada como una
estatua de sal, su tez era pálida como la de alguien que estuviese viendo
un fantasma en el vacío. Me conmovió mucho y le pregunté qué pasaba. Me
dijo alarmada, temblorosa y con profundo dolor: "Hijito, tenias razón.
Esta carta que tengo aquí esta firmada por los diáconos, ancianos, padres
de familia y su misma esposa. En ella declaran que Gabriel Sánchez es un
hombre depravado que ha abusado sexualmente de muchos de los seminaristas
y en repetidas ocasiones de algunos niños."
Estuve un tiempo alejado de las Sectas. Mi madre seguía
en contacto con ellas. Por esa época empecé a trabajar en una escuela de
Inglés como profesor después de haber acabado la "prepa" ( el COU como
dicen en España). Poco a poco mi madre logró con sus insistentes ruegos
que asistiese a otra congregación de evangélicos. Pienso que lo hacía
porque sentía un gran miedo a la Iglesia Católica. Recuerdo que ese gran
miedo se manifestó como odio cuando tía Cuca, hermana de mi padre y
monjita misionera en América, llegó a visitarnos a México D.F. Yo aprendí
mucho de ella, pues tenía un gran amor a los pobres y al servicio. Con tía
Cuca aprendí a ver al servicio a los demás no como una forma de
engrandecerse delante de Dios, sino como una forma alegre de vivir. A mi
madre la visita de tía Cuca le sentó fatal. Recuerdo que sufrió un
episodio psicótico y tubo que ser internada. Desde su perspectiva la
Iglesia Católica era el Falso Profeta. Para mi madre, a causa de la
adoctrinación de las sectas, la Iglesia Católica se había convertido en
una congregación satánica, desde la que se engañaba a las gentes y a los
pueblos con el poder del diablo. Más adelante profundizaré sobre el tema.
Finalmente un día accedí a ir a la otra secta. La
congregación se llamaba Maranatha y la presidía Guillermo (Memo)
Quero, el pastor. Estaba situada en la Colonia Condesa, en casa de una
mujer. Eran unas 100 personas. Recuerdo que el día que me senté a oír el
culto sentí una fuerte opresión: era como si estuviese en medio de muchos
esclavos o cautivos. Se podía sentir como la gente, inclusive en las
manifestaciones espirituales, cantos en lenguas, profecías, y adoración
espontánea no tenían la libertad de decir y hacer lo que querían.
Las manifestaciones espirituales en estas Iglesias son
muy diferentes de las de la Iglesia Católica. La estructura del culto
tiene el siguiente esquema.
1. Oración de bienvenida. Suele durar un minuto
y es espontánea. En ella se dicen unas cuantas palabras que indican a la
gente que hay libertad para cantar y orar.
2. Cantos. Esta sección dura entre media u una
hora. Se empieza por cantos de ritmo medio y progresivamente se va
avanzando hasta que la gente comienza a bailar con panderos y otros
instrumentos. Después del clímax se entra en lo que se llama adoración
en el espíritu, espontánea, que es una especie de canto en un sólo
tono: la gente empieza desde un pianissimo a una adoración que es
como un gran bramido de voces y cantos en lenguas ininteligibles. En un
determinado momento surgen los llamados profetas o profetisas, que son
miembros de la congregación que levantan su voz en alto mientras otros
amainan el ruido para darles paso. Hablan con gran voz o en cantos un
mensaje del Espíritu en lengua ininteligible, el cual será traducido
posteriormente por la misma persona, o por un interprete de la
congregación. Después de que estas profecías se efectúan (suelen ser 3 o 4
con sus respectivas interpretaciones) se entra en un canto suave dirigido
por el coro para dar lugar a la oración del pastor que preside. El pastor
en esta ocasión puede optar por comenzar su homilía o por seguir guiando a
la congregación a que ore en el Espíritu, mientras se procede a una sesión
de imposición de manos colectiva con fines de sanaciones corporales y/o
espirituales, para concluir con el comienzo de la homilía.
3. La homilía suele comenzar por la lectura de
uno o varios textos bíblicos. Todos los congregantes llevan su Biblia. Las
homilías tienen 5 líneas principales de narrativa de acuerdo a los
ministerios: apostólicas (universales), proféticas
(exhortación), principalmente evangélicas (con llamamiento de
captación), pastorales (con temas locales) y magisteriales
(enseñanza doctrinal). No se suele hablar al gran público de los otros
temas, que son reservados a los seminarios o juntas. Hay dos tipos de
predicadores: los de las representaciones teatrales de una historia
bíblica y los de enseñanza en general. Ciertos ministros suelen concluir
con una sesión de curaciones y otros con un llamamiento a la conversión.
En algunos casos suele haber una línea de exhortación profética. La
predica dura de 45 a 60 minutos.
4. Las ofrendas se recogen después de la
predica, de los cantos, de la cena o incluso al final del servicio. La
Cena del Señor se suele celebrar antes o después de la predica. El
pastor hace un rito similar a la bendición y procede a compartir el pan,
que es ázimo, y vino joven o zumo de uvas. Durante la cena hay cantos tipo
balada o suaves, concluyendo con la bendición del pastor y los avisos. Un
culto dura de 2 a 3 horas.
Debo mencionar que cuando llegué a esta congregación lo
hice en calidad de juez, por lo menos así me sentía, no sólo por los
sueños y visiones, sino también por haber creído que me habían sido
corroborados. Recuerdo que poco a poco me fueron dando un lugar en medio
de ellos, y yo, autojustificándome, accedí a entrar a título personal como
un restaurador o profeta que iba a enderezar sus caminos torcidos. ¡Iluso
de mí!. En esos momentos, aunque había recibido anteriormente el
Sacramento de la Confirmación en La Iglesia Católica, no me sentía
vinculado a ninguna congregación ni iglesia. Yo sentía que era un
representante libre e independiente de Dios en la tierra. El veneno de las
sectas, a través de mi madre, había ya calado en mí. Rememorando, uno de
los primeros sucesos que me hizo empezar a apartarme de la fe católica,
fue cuando emigramos a los Estados Unidos y papá no vino con nosotros.
Dejamos de ir a misa. La misa no era ya algo importante para mí. Mi
madre hablaba en contra de las imágenes, la Eucaristía y la Virgen. La
misa era algo que no me hacía falta, pues mi "relación personal con Dios"
era suficiente. Hoy sé, sin embargo, que la vanidad espiritual me cegó.
Otro aspecto que me apartó de la fe fue la mala interpretación de las
Escrituras, causada por la influencia de los que me adoctrinaban en las
sectas y por mi falta de conocimiento de las mismas. Los puntos más
incisivos en la destrucción paulatina de mi fe fueron: Los 10 mandamientos
(la idolatría), la salvación por medio de la fe (y no las obras), y
finalmente los más dañinos: María no es madre de Dios (sino de Jesús), el
sacramento de la confesión (Dios no tiene intermediarios) y la apostasía
(la Eucaristía sólo es un símbolo, tal como ellos lo entienden). Más
adelante explayaré...
Cuando llegué a las sectas los pastores se dieron
cuenta que yo me sentía como un elegido, y en lugar de bloquearme
totalmente me hicieron un lugar entre ellos. Fui nombrado pastor y
ungido como anciano más o menos al año de estar entre ellos. Las
razones que les empujaron a hacerlo no fueron sólo el ver que venía de una
familia adinerada, sino también que era la mejor forma de tenerme bajo
control, estando cerca de los dirigentes. Creo que no tuvieron otra
opción, al ver mi popularidad entre la gente por mis cantos (dado que
solía hacerlo bien) y por mi presencia (que no era mala). Hubo también
otro factor que considero fue importante: repito que yo me sentía un
ungido de Dios. Recuerdo que recién llegado hubo una mujer a la cual
practiqué un exorcismo en una sesión de oración. Otro hombre que dijo
haber sido sanado de una arritmia cardiaca, e incluso una mujer que dio a
luz sin dolor al ser librada de la maldición dada a Eva. Si estas cosas
fueron ciertas o no lo ignoro, solo sé que creí que habían sido verdades
cuando me las relataron posteriormente. Recuerdo también haber aprendido a
orar en lenguas como ellos e incluso a profetizar, cosas que hacía con
gran temor y devoción delante de Dios. Predicaba los domingos y ponía
música a los salmos, dirigiendo los cantos o alabanza, como dicen
ellos. En fin, empecé siendo líder de los jóvenes y acabe como pastor
viajando por México con Asaph, el grupo de música de Cristian
Gómez, y a Guatemala con los pastores para visitar a Otoniel Ríos Paredes
y a Jorge Elías Serrano.
En esta congregación había rangos y autoridades:
apóstoles (siendo este el primero), profetas, evangelistas,
pastores y maestros. Usaban el antiguo sistema del libro de los Hechos
de los Apóstoles. Otoniel Ríos Paredes era el apóstol, o sumo pontífice,
aunque no se negaba la existencia de otros como él. Jorge Elías Serrano
era el gran Profeta. Este hermano se adentró posteriormente en la política
como Presidente de Guatemala. El resto éramos evangelistas, pastores y
maestros, aunque yo siempre me consideré a mí mismo como un profeta. A los
ministros se les debía temor reverencial. Estar delante de ellos eras como
estar delante de Dios. Se autodenominaban ungidos. Imponían la
adoración a ellos mismos por sus ministerios y dones, más lo hacían
ocultamente, pues desde el púlpito la negaban. Recuerdo vivamente cómo se
hacían pasar como si fuesen dioses, y el temor reverencial que demandaban.
La doctrina de este temor la llamaban Cobertura Espiritual: ellos
decían ser como Moisés para el pueblo, el paraguas que cubría a la
congregación de la ira de Dios.
Estas doctrinas las trajeron Otoniel y Serrano.
Cristian Gómez, el maestro, Alejandro Carrión, delegado apostólico y
pastor, Memo Quero, pastor, y otros tantos repartidos por el
territorio mexicano, reclamaban ser la Iglesia de Cristo en la
deportación, y yo así lo creí. Eran hombres llenos, según ellos, de
poderes sobrenaturales que podían sanar y hacer milagros, expulsar
demonios, y si no tenían cuidado de sus dones, podían imponer sus manos
sobre ti y caerías muerto. Otoniel decía en sus casetes, vendidos junto
con los de Serrano, que en su congregación un hombre había caído fulminado
y muerto por el poder de Dios al tratar de criticarles. Poco a poco se
encargaban de ir metiendo un miedo reverencial a toda la congregación,
objetivo que lograban con sus grandes palabras disfrazadas de una
solemnidad que hipnotizaba. En la congregación hacían a la grey
subliminalmente una guerra psicológica con los grandes altavoces.
Eran como la historia del Mago de Oz. Decían que la Gran Babilonia los
había llevado a la deportación y que, como Esdras y Nehemías, se habían
dispuesto a restaurar el templo. La Gran Babilonia era la Iglesia Católica
y la restauración del templo culminaría con la segunda venida de Jesús.
Decían también que el reflejo paralelo en el mundo real de este movimiento
se había representado en la restauración del territorio de Jerusalén en
1948 y que la culminación sería la restauración del templo de Salomón en
lo que ahora es la Mezquita de Omar, o de la Roca que usurpa su lugar en
la misma forma en que la Iglesia Católica, apóstata, usurpa ahora el lugar
de la verdadera Iglesia de Cristo. Estas enseñanzas eran ilustradas con
sinnúmero de pasajes bíblicos, así como con programas de televisión de
TBN (Trinity Broadcasting Network) con difusión internacional vía
satélite. Parte de estas conclusiones arrojaban a un sospechoso mayor: El
Rey de España, D. Juan Carlos de Borbón, o, su hijo como el Anticristo,
el Papa como el Falso Profeta y El Dragón como China: La
trilogía diabólica del Apocalipsis.
Sé que todo esto al no iniciado le podrá sonar absurdo,
pero entre Jews for Jesus, y otras poderosas organizaciones esto es
verdad. Cuando uno está inmerso en el mundo de las sectas todo esto parece
real y con sus varios argumentos lo demuestran, pero claro está, no se lo
sueltan a uno de sopetón. Algunos de los argumentos doctrinales que usan
contra la Iglesia Católica son los que anteriormente mencione.
Debo advertir que los temas que trataré a continuación
carecerán de sentido para aquellas personas que no se han ocupado en
estudiar estos temas, pero que para alguien captado por una secta tendrán
pleno sentido, por lo cual me he permitido omitir las citas bíblicas de
los mismos, así como las citas del Catecismo sobre estos temas. He de
hacer notar que el catecismo me ayudo a aclarar mi mente en estos temas y
agradezco a Dios inmensamente y a la Iglesia el que apareciese en mis
manos al poco tiempo de volver a la verdadera fe.
Las sectas empezarán desacreditando a la Iglesia
Católica y a sus enseñanzas con estos incisos. Poco a poco irán, como me
decía el Padre Demetrio, quitando las capas de la fe, como si fuese una
cebolla a la que despellejan hasta que no te dejan nada. Empezarán por
temas como estos:
1. Éxodo 20.
Las sectas reclaman la apostasía de la Iglesia Católica
al decir que han modificado los mandamientos de la Ley de Dios que se
encuentran en Deuteronomio y en Éxodo. Dicen que el culto a las imágenes y
la hechura de estas es una prohibición que la Iglesia Católica ha excluido
de los mandatos de Dios a su pueblo, con objeto de embrutecerle y cegarle.
Los pastores ponían especial énfasis en inculcar en los fieles el repudio
a las imágenes, incluso a los crucifijos. Yo llegué a destruir
públicamente varios. Claro está que como contraposición tenemos el mandato
de Dios de construir dos imágenes de dos querubines, la serpiente de
bronce del desierto y, finalmente, Dios haciendo una imagen corpórea de sí
mismo y manifestándose como hombre en la persona de Jesús.
2. La salvación por la fe en contraposición a las obras
Este tema, tan debatido entre los teólogos, es usado
por las sectas para demostrar -según su parecer- que la Iglesia Católica
engaña a sus fieles. La salvación es un don de Dios, así como las obras de
justicia que podamos hacer. Lo único nuestro es la voluntad de hacer las
cosas. Decía San Agustín que en nuestros méritos Dios corona su propia
obra. Pienso que no puede ser dicho de mejor manera. En las sectas se nos
decía que basta la voluntad, independiente de los frutos, proponiendo que
las obras y la fe son dos cosas tan distintas que afirmar la necesidad de
obras era un acto de soberbia y vanidad. Creo en verdad que ambas
confluyen en la vida de la gracia. No hablaré más de esto, pues es
algo que no domino. Mi pretensión no es hacer teología y hay padres y
doctores de la Iglesia que han disertado sabiamente sobre este tema.
3. El Sacramento de la penitencia, o de la
reconciliación, o de la confesión de pecados.
En las sectas basta con recordar el sacrificio de
Cristo, y pedir directamente perdón a Dios para ser limpiado y purificado.
De esta forma te alejan del Sacramento. Pero la practica es muy distinta
de la teoría, pues encontramos a hombres y mujeres cargados con pecados en
el subconsciente, sin una completa convicción de la redención y el perdón,
y todo ello porque sin darse cuenta han venido a ser como aquellos que
criticaron a Jesús cuando dijo al paralítico que le trajeron en una
camilla que descolgaron del techo: "Tus pecados te son perdonados". Dice
el texto que Jesús vio lo que pensaban en su corazón y como estos decían:
"¿quién se cree éste que es? Sólo Dios perdona los pecados", a lo cual
Jesús les contesto lo que ya sabemos, y se levanto el paralítico y anduvo.
Los pastores de las sectas han venido a negar la manifestación de Jesús en
los ministros de Dios, a pesar de conocer el texto donde dice a Pedro: "Lo
que atares en la tierra será atado en el cielo, y lo que desatares en la
tierra será desatado en el cielo". Es curioso, pero yo viví esta ceguera,
y sólo puedo decir ahora que veo: "¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor!". Es curioso cómo se oculta el espíritu en el texto cuando se
malinterpreta la Palabra. Habiendo leído tantas veces: "obras mayores que
las que yo hago haréis", y creyendo que existían los milagros, pero
dudando que también Dios había entregado a su Iglesia la potestad de
perdonar los pecados en su nombre...
4. María, Madre de Dios.
Las sectas dicen: "Dios no tiene madre, Él no fue
creado ni formado por nadie, Él ya existía". Desgraciadamente han sido
cegados para ver la verdad. Es curioso: las sectas creen que la Iglesia
será esposa de Cristo, una sola carne con Él, y que -como dice San
Pablo- habremos de juzgar a los ángeles; pero sin embargo, a la
primogénita de la humanidad glorificada no la pueden ver como madre suya
ni de Dios. Me pregunto ¿No es acaso Jesús Dios? ¿No es acaso María su
Madre? Pues, si María no es Madre de Dios, entonces Jesús no es Dios.
¡Pero ellos sí aceptan -o al menos eso dicen- la divinidad de Jesucristo!
Recordemos cómo hubo personas que no pudieron creer esto. Llegaron a decir
incluso que era en nombre de Belcebú por lo que Jesús expulsaba los
demonios. Me pregunto si, en el fondo, no estamos ante la misma cuestión:
si quienes acusa a otros de anticristos no estarán repitiendo lo
mismo contra el Señor.
5. La Eucaristía.
Es sólo un símbolo (no se bien lo que entienden por
símbolo, aunque deduzco que lo confunden con representación). Jesús
no se hace pan, dicen ellos para quitar otro sacramento. Jesús no se hizo
carne, me parece que afirman. Algunos ridiculizaban la Eucaristía diciendo
que si fuese como propone la Iglesia católica, entonces todos sus fieles
estaban practicando el canibalismo. El Verbo no se hizo
Carne y habitó entre nosotros, parece que afirman al negar que la
Carne de Cristo se hace Pan, y su Sangre Vino. Es sólo símbolo y la
realidad es espíritu. Me pregunto: ¿fue acaso un espíritu con forma de
hombre el Cristo que caminó entre nosotros, o fue el Hijo del Hombre
(hombre nacido de una mujer)? Recuerdo haber conocido una de estas
cristianas de las sectas que dijo con gran amor y fervor: "¡Oh, si yo
hubiese vivido en los tiempos de Cristo! Me hubiese postrado como la
Magdalena a sus pies y le hubiese adorado". Con tristeza desearía
preguntarla ahora, con ánimo de que le pudiese ver: "¿Por qué no le ves
ahora en la Eucaristía?" Hubo en otros tiempos, lo que en nombre del
Comunismo, lucharon contra el pueblo de Dios destruyendo sus altares y
lugares de culto, atentando contra la Eucaristía, que es la raíz de la fe.
Hoy día, a través de las sectas, el anticristo ha llegado disfrazado de
ángel de luz, engañando a muchos y de formas muy sutiles. Doy gracias a
Dios por guardar nuestra fe y también ruego por aquellos que estuvieron
ciegos como yo, después de haber visto la luz. Ruego para que también
vuelvan a la fe.
Las sectas te privarán de todos y cada uno de los
sacramentos, uno a uno, apartándote de la Iglesia. Una vez dentro se
nombrarán a ellos mismos dioses y tendrás que adorarles, ofreciéndoles tu
temor. Lo menos valioso que robaran será tu dinero, del cual tendrás como
mínimo que ofrecerles en el 10% de tus ingresos. Lo más valioso que
robarán, será tu persona, despojándote de tu fe y amor a Dios. Para llegar
a ese camino te guiarán por las siguientes doctrinas.